
La paz secuestrada: gaza, la flotilla y el espejismo de reconstrucción
Por Iscander Santana
Zürich, Suiza
Por Iscander Santana Zürich, Suiza
La interceptación de la flotilla global Sumud por Israel en aguas internacionales no es un incidente aislado, sino un síntoma de una arquitectura de poder que continúa negando a Palestina el derecho a existir con dignidad. Más de 500 activistas de 40 países, entre ellos latinoamericanos, europeos y figuras como Greta Thunberg, fueron detenidos mientras transportaban ayuda humanitaria hacia Gaza.
La Criminalización de la Solidaridad
El mensaje que envía Tel Aviv es inequívoco: incluso la solidaridad internacional es criminalizada cuando desafía el bloqueo. Israel sostiene que la flotilla intentaba «romper el bloqueo naval legal», pero esta justificación colapsa ante el escrutinio del derecho internacional.
¿Qué legalidad puede justificar el hambre de medio millón de personas? ¿Qué marco jurídico legitima la destrucción sistemática de infraestructura civil y la negación de auxilio humanitario? La Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar prohíbe explícitamente este tipo de abordajes en aguas internacionales, y el Cuarto Convenio de Ginebra condena el castigo colectivo como crimen de guerra.
Lo que ocurrió no fue una operación de seguridad legítima. Fue un secuestro en alta mar. Y lo que se perpetúa en Gaza no es una medida defensiva temporal, sino una ocupación que viola sistemáticamente el derecho internacional humanitario.
El Precedente de la Flotilla Mavi Marmara
Este no es el primer episodio de interceptación violenta de ayuda humanitaria. En 2010, el abordaje israelí de la flotilla Mavi Marmara resultó en nueve activistas turcos muertos y provocó una crisis diplomática internacional. A pesar de la condena global, incluido un informe de la ONU que calificó el bloqueo como «ilegal», Israel no solo mantuvo sino que intensificó su política de cierre hermético.
La comunidad internacional respondió con declaraciones de preocupación pero sin consecuencias tangibles. Esta impunidad sistémica es lo que permite que, quince años después, se repita el mismo patrón: activistas pacíficos detenidos, ayuda humanitaria confiscada, y el bloqueo reforzado como política de estado.
Trump, Blair y la Reconstrucción sin Soberanía
Simultáneamente, Donald Trump ha presentado un plan de paz que incluye una «junta de reconstrucción» presidida por él mismo y Tony Blair. La elección de Blair como arquitecto de la reconstrucción palestina no es casual, es reveladora.
Blair representa una tradición política británica que históricamente ha favorecido los intereses israelíes en detrimento de la autodeterminación palestina. Desde la Declaración Balfour de 1917 hasta el mandato británico que facilitó la colonización sionista, pasando por su rol como enviado del Cuarteto para Oriente Medio, Blair ha sido más gestor de estabilidad para Tel Aviv que mediador imparcial.
¿Puede alguien con ese historial dirigir una reconstrucción justa de Gaza? ¿Puede la paz ser administrada por quienes sistemáticamente han contribuido a su negación? La historia demuestra que los británicos no han sido neutrales en Palestina, y la gestión Blair no sugiere un cambio de rumbo.
La Narrativa Tecnocrática como Despolitización
La narrativa que se impone ahora es reveladoramente tecnocrática: se habla de reconstrucción, inversión y estabilización, pero no de justicia, reparación o soberanía. Este lenguaje gerencial despolitiza deliberadamente el conflicto, convirtiendo una cuestión de derechos humanos y autodeterminación nacional en un problema de administración eficiente.
Se busca reconstruir sin reconocer las causas de la destrucción. Invertir sin reparar los daños históricos. Estabilizar sin liberar a quienes viven bajo ocupación militar. Es la paz de los gestores, no la paz de los pueblos.
Las Dimensiones del Bloqueo
Los números documentan la realidad que las narrativas tecnocráticas intentan ocultar. Según organismos de la ONU, más del 80% de la población de Gaza vive bajo la línea de pobreza. El desempleo juvenil supera el 60%. La infraestructura de agua potable está colapsada, con el 97% del agua no apta para consumo humano.
Estas no son consecuencias de desastres naturales o mala gestión administrativa. Son el resultado deliberado de un bloqueo que comenzó en 2007 y que convierte a Gaza en lo que organismos humanitarios describen como «la prisión a cielo abierto más grande del mundo».
La Paz como Operación Logística vs. Justicia Restaurativa
La paz no es una operación logística que se decreta desde Washington o se gestiona desde Londres. Requiere justicia, no solo eficiencia administrativa. Requiere memoria histórica, no amnesia conveniente. Requiere soberanía palestina, no tutela colonial disfrazada de asistencia humanitaria.
Requiere que la ayuda humanitaria no sea interceptada como amenaza existencial. Que los palestinos no sean tratados como rehenes de cálculos geopolíticos ajenos. Que la reconstrucción no se convierta en una nueva forma de control neocolonial donde se construyen infraestructuras pero no se restituyen derechos.
El Derecho a Narrar la Propia Historia
Lo que está en juego trasciende Gaza. Es el derecho de los pueblos a resistir el olvido institucionalizado, a narrar su historia sin intermediarios interesados, y a reconstruir desde sus propios escombros según sus propias prioridades.
La flotilla Sumud no transportaba armamento. Llevaba medicinas, alimentos y material de construcción. Pero llevaba también algo más peligroso para quienes gestionan el statu quo: llevaba la demostración tangible de que la solidaridad internacional persiste a pesar de la criminalización, y que existen actores globales dispuestos a desafiar narrativas hegemónicas sobre Palestina.
La esperanza como amenaza al orden establecido es quizás la revelación más significativa de este episodio. Cuando 500 activistas de 40 países arriesgan su libertad para llevar ayuda humanitaria, demuestran que la causa palestina no está aislada, que la solidaridad trasciende fronteras, y que las narrativas oficiales sobre «seguridad» y «legalidad» no convencen fuera de las capitales occidentales.
Israel interceptó la flotilla porque no puede permitir que se quiebre el monopolio sobre qué entra y qué sale de Gaza. Trump y Blair proponen reconstrucción sin soberanía porque un estado palestino genuinamente independiente desafiaría el equilibrio regional que beneficia a sus aliados.
La paz secuestrada es la paz gestionada por quienes se benefician del conflicto. La paz genuina requeriría admitir responsabilidades históricas, restituir derechos violados y permitir que los palestinos sean arquitectos de su propio futuro. Esa paz, evidentemente, es demasiado peligrosa para quienes diseñan juntas de reconstrucción desde despachos en Washington y Londres.